La creación de un Instituto de "Revisionismo Histórico" por obra del gobierno nacional, y dotado con los recursos del Estado, ha suscitado la reacción crítica de la mayoría de los historiadores profesionales, crítica que comparto porque representa la intención de convertir una visión fuertemente ideológica de nuestro pasado en palabra oficial, una especie de "Ministerio de la Verdad" orwelliano.
No creo que la "verdad" histórica sea propiedad de nadie. Cuando el filósofo-historiador Arnold Toynbee visitó Tucumán en 1966, se manifestó sorprendido de que hubiese una escuela revisionista: toda historia -observó- es y debe ser siempre "revisionista". La historia como saber es un debate por principio interminable: la controversia sobre el pasado es un caso particular del debate social acerca del presente, cuyas lecturas contrapuestas responden a intereses, tradiciones e ideologías en conflicto, que se disputan la explicación del mundo de hoy y de ayer. Lo paradójico es que el llamado revisionismo hace ya mucho que nada revisa: está congelado en una perspectiva maniquea y simplista, obsesionado con reivindicar al dictador Juan Manuel de Rosas, que impuso la hegemonía de Buenos Aires sobre el resto del país mediante la primera versión del terrorismo de Estado en nuestra historia.
Por lo demás, el "revisionismo" e historiografía académica comparten hace 30 años una visión puerto-céntrica del pasado argentino. El nuevo Instituto, con sede en Buenos Aires reafirma, ese carácter localista. Desvía recursos de todo el pueblo argentino para sostener un discurso del poder. El progreso del conocimiento histórico requiere de inversiones olvidadas en bibliotecas universitarias y públicas, y en archivos nacionales y provinciales.